Con cuanta frecuencia ignoramos los pequeños detalles que, al final, son los que marcan la diferencia.
Hace algunas entradas hablaba de dos temas que me interesan particularmente: las condiciones de cultivo y las arañas rojas. Con respecto a lo primero, ayer salí a echar un vistazo al güerto (que, por cierto, tengo muy desatendido últimamente por causas totalmente ajenas a mi voluntad) y me quedé horrorizó ver inundada una de las bandejas que uso para evitar que el agua de riego se desparrame balcón abajo molestando así a mis vecinos, quienes no tienen porqué sufrir las húmedas consecuencias de mis aficiones jardineras. La inundación tenía su origen en el rebosado del recipiente que mis vecinos de arriba utilizan para recoger el agua de condensación de su aparato de aire acondicionado y que, prudentemente, me abstengo de protestar porque me viene muy bien que se vayan auto-regando por este sistema alguna de las balconeras que contienen plantas que necesitan más agua. El caso es en la tal bandeja estaba, entre otras, una de las dos Leuchtenbergia principis pequeña que compré hace dos o tres inviernos. Como todo el mundo sabe, las Leuchtenbergias tienen raíz napiforme y, por lo tanto, son bastante sensibles al exceso de humedad, así que decir que puse el grito en el cielo es poco. Pasado el cabreo inicial, me dio por observar el tamaño notable que había alcanzado la plantita y, pos curiosidad, la puse al lado del otro ejemplar que traje y que, originariamente, era exáctamente del mismo tamaño. Pues esta es la diferencia entre riegos regulares con agua lluvia-like y riegos más que espaciados:
Sobran los comentarios, ¿no?.
La segunda diferencia tiene que ver con dos virtudes humanas. Si la Paciencia es la madre de la Ciencia, la Constancia amadrina al Éxito. Cuando hablé en su momento de la araña roja comenté que había comenzado un tratamiento ecológico a base de azufre contra los ácaros tetraníquidos. Al principio le eché mucho entusiasmo y lo aplicaba puntualmente una vez por semana, lo que llevó a unos resultados que parecían fráncamente prometedores. De hecho, este es el nuevo crecimiento de la Lobivia famatimensis, que estaba casi casi a punto de cruzar el río Aqueronte.
Pero como últimamente llevo una vida un tanto ajetreada, la fumigación semanal se ha ido relajando y... ésta es la consecuencia:
Cuando lo he visto casi me da un patatús. Por suerte, la epidermis de las suculentas es bastante más gruesa que la de las hojas de las herbáceas y, a pesar de que la infestación está bastante avanzada, no parece irreversible. Se conservan bastantes zonas intactas y el crecimiento nuevo no parece afectado. Aprendida la lección, no me ha quedado otra que preparar de nuevo solución de azufre y aplicarlo generosamente a las afectadas. Y esta vez, ¡tendré que procurar mantener el ritmo!.
No hay comentarios:
Publicar un comentario