Calor, calor, calor.

No acaba de arrancar la primavera y parece que ya está deshaciendo las maletas el verano. He desenterrado la manga corta porque el día de hoy ha sido asfixiante. De este fin de semana no pasa que cambie los jerseys de lana por el bañador y las chancletas.

Ha sido un día durillo. No he podido hacer fotos y apenas me ha dado tiempo a revisar los progresos plantiles pero creo que la cosa va por buen camino: he visto que ya hay algo así como media docena de Eches con las flores abiertas, las Haworthias tempraneras ya tienen las varas en marcha, los Graptos también están haciendo chup-chup y los capullos de las Erios y las Rebutias están engordando a ojos vista. ¡Para mañana prometo un reportaje monográfico en lujuriosa cuatrícromía sobre varas florales!.

Más reflexiones sobre condiciones de cultivo: los abonos.

Este año es realmente impresionante la cantidad de capullos que estoy descubriendo. Creo que nunca antes había tenido tantas promesas florales juntas. En el caso de los cactus, al menos, he leido que, además de una insolación adecuada durante la estación vegetativa,  necesitan pasar frío para dar buenas floraciones en el curso de la siguiente estación. El grado de insolación es el mismo de siempre, manquemepese (ya e guataría cambiar la orientación del balcón, ya) y este invierno, aunque no demasiado típico, no ha sido ni más ni menos frío que los anteriores, así que la única explicación alternativa que se me ocurre es el cambio que hice el año pasado en el patrón de abonados. En general me llevo bastante mal con cualquier tipo de actuación regular sobre las plantas. O me acuerdo pero me falta tiempo o tengo tiempo pero se me olvida. He intentado (infructuosamente, por cierto) todo tipo de estrategias: apuntar en un calendario cuando hay que regar, abonar y aplicar plaguicidas, no apuntarlo y marcarme fechas fijas, ir a ojo de buen cubero...todo lo que se os pueda ocurrir.

Tras el fracaso estrepitoso que representó el saltarme sistemáticamente cualquier modelo de programa de abonados, hace dos años me pasé a los productos sólidos de liberación lenta, con intención de hacer una aplicación única al inicio del periodo vegetativo y olvidarme del tema hasta el año siguiente: había leido que algunos coleccionistas favorecen las floraciones de sus cactus aplicándoles abono para frutales, que es más rico en rico en potasio que los abonos convencionales, así que un año compré abono sólido para huertas y frutales. Lo esparcí sobre las macetas que ya estaban en marcha y lo mezclé con el sustrato de los cactus que planté aquel año. El resultado fué bastante deprimente: no aumentó la floración de ningún cactus ni ese año ni al año siguiente y los granos de abono que no cayeron en el sustrato sino que se quedaron enredados entre las espinas, provocaron unas lesiones que si bien no fueron graves sí que quedaron bastante antiestéticas. Otro fausto negocio ruinoso, como diría una de mis grandes amigas.

Con estos penosos antecedentes, el año pasado me tiré a la piscina y probé una modificación de la estrategia que usan otros coleccionistas: abonar utilizando un producto líquido aplicado a una dosis inferior a la recomendada por el fabricante. La modificación consistió en adaptar este sistema a mi falta de memoria y emplear el abono líquido a un 1/4-1/5 de la dosis recomendada a riegos más o menos alternos para no tener que andar pendiente de cuando lo aplicaba y cuando no. Como riego muy poco, lo reconozco, y en primavera y otoño, sistemáticamente, caen dos o tres chaparronazos monzónicos que me provocan verdaderas inundaciones en el balcón, el posible exceso de sales derivado de esta forma de abonar, que es potencialmente excesiva, no me preocupaba en absoluto porque las inundaciones me limpian por lixiviado los sustratos. Y, oye, mano de santo. Se vé que el año pasado acumularon bastantes nutrientes y este año, a juzgar por en número de capullos, va a ser un festival. Ahora, a ver si encuentro un sistema igual de exitoso para los plaguicidas...