Un blog para hablar de plantas. Y para irse por las ramas si fuese menester...

viernes, 18 de mayo de 2012

Espaidermait!!!

Spider mite o red spider mite es el nombre que dan los anglosajones a una de las plagas que a mí, personalmente, más miedo me dan: las arañas rojas. En castellano el nombre araña roja es confuso porque hace que lo primero que nos venga a la cabeza sea la imagen de las arañuelas rojas, esas diminutas arañas de color rojo vivo que vemos a menudo correteando por los muros sin necesidad de ayudarnos de ningún artilugio de amplificación de imagen y que, aracnofobias aparte, son inofensivas (imagen de buggiguide.net).



No. A lo que me refiero es a sus primos del género Tetranychus, los ácaros casi microscópicos que reciben el mismo nombre y que sólo son visibles con ayuda de una lupa, ya que el tamaño que alcanzan los adultos apenas llega al medio milímetro. Os pongo una foto de una de las especies de Tetranyhus, tomada de http://www.elmundo.es/elmundo/2010/02/03/ciencia/1265202886.html. Si alguien tiene interés en conocer otros miembros del género, os recomiendo esta página de la Sociedad Española de Entomología Aplicada http://www.seea.es/divulgac/claves/Tetranychus/Tetranychus.htm
Géneros de ácaros que afecten a especies vegetales hay muchísimos pero sólo me voy a centrar en los tetraníquidos.



Así como los vemos, pequeñitos y rechonchos, son una verdadera pesadilla, la auténtica Muerte Roja,  en homenaje a Edgar Allan Poe. ¿Cómo los reconocemos en plantas ornamentales de hojas?. Fácil, las plantas empiezan a presentar en el anverso de las hojas un diminuto punteado amarillo que se hace más denso con el transcurso de los días a la vez que se va notando un decaimiento generalizado de la planta. Si nos da por mirar el reverso de las hojas, observamos ese mismo punteado pero un poco más intenso y, si nos fijamos mucho, en medio de los puntos amarillentos se ven otros puntos más oscuros y un poco más grandes. Si perdemos un poco de tiempo mirando los puntos oscuros, acabaremos viendo cómo se mueven muy despacio. Si la plaga no se trata, veremos como aparece un entramado de sedas muy pequeñas y desorganizadas, al principio en el reverso de las hojas y posteriormente, por los peciolos y los tallos hasta cubrir por completo la planta. En el libro "Plagas y Enfermedades de Jardines" de Sonia Villalva (Ed. Mundiprensa) viene un capítulo no muy extenso pero bastante completo al respecto que, además resulta muy comprensible para aficionados que no tenemos ni idea de entomología ni de ingeniería agrícola. El daño que producen deriva de las minúsculas picaduras que hacen en las plantas para alimentarse de la savia. Por un lado, al restarle savia a la planta la debilitan; por otro lado, las cicatrices que quedan como consecuencia de la picadura hacen que se reduzca la superficie sana con clorofila para que la planta pueda seguir fotosintetizando con normalidad.

El primer contacto que tuve con estos desagradables inquilinos vino de la mano de una Fuchsia híbrida que traje en verano a casa hace años. La pobre sufrió todas las penurias que uno pueda imaginarse y, al final, murió. De aquella sabía aún menos de lo que sé ahora sobre plagas y no caí en la cuenta de que lo que padecía era una invasión de ácaros. Con la muerte de la Fuchsia no se terminó el problema: de ahí pasó a una Impatiens, que también murió en un verano y a una Hydrangea paniculata (especialmente sensible) que ya era bastante grande y que consiguió aguantar un par de años más. 

En su día pedí socorro para combatir la plaga y, aunque me dieron muy buenos consejos, ya me advirtieron de que quitársela de encima era prácticamente imposible a menos que hiciera una especie de purificación masiva por el fuego. De aquella aprendí que la plaga se extiende con rapidez aunque no ataca de forma indiscriminada a todo tipo de plantas (los bichos son canijos pero selectos a la hora de atacar) y que se favorece con el calor, la falta de humedad y el estancamiento de aire. Lo que me aconsejaron en su momento fue ir rociando con agua al atardecer, fumigar con un acaricida poniendo especial empeño en rociar el reverso de las hojas (el reverso tenebroso, en este caso) que es donde se refugian los ácaros (sin mucha esperanza de éxito) y tratar las plantas afectadas durante el invierno con aceite mineral a base de 1 fumigación mensual intensa, tapando la planta con plástico después para potenciar el efecto del aceite. Lo del aceite, no hay que decirlo, me lo recomendaron para aplicarlo a plantas de hoja caduca cuando están en reposo invernal.

A pesar se seguir todos los consejos que me dieron, el resultado fue de victoria aplastante para el equipo visitante, los ácaros. Las pavorosas fotos de cómo se quedó mi pobre Hydrangea andan perdidas por alguno de los discos duros que me he ido fundiendo con el paso de los años, pero se parecía bastante a ésto que os enseño a continuación (la foto es de una página que se llama lamarihuana.com. Aunque las plagas de ácaros son un tema realmente preocupante, especialmente para los que se dedican a cultivar patatas, los criadores de maría son los que más ruido hacen en internet con el tema).



Y hasta aquí llegó mi historia con las plantas acidófilas de hoja no coriácea, que son las ornamentales más sensibles a los ácaros (esas y, por lo visto, los Chamaecyparis leylandii y los rosales). Tiempo después llegaron a a casa los cactus. Con los cactus ya estaba al tanto de que lo que hay que vigilar son las cochinillas, la algodonosa, la de lapa y la de raíz, pero no de que también se ven afectados por los ácaros. El año pasado, después del invierno, me encontré una Lophophora williamsii (curiosamente una Lophophora de otra especie que está justo al lado está sana) y lo que de antes se llamaba Lobivia famatimensis con unas manchas muy extrañas amarillentas. ¿Roya?. No, no son de color naranja. ¿Depósitos calcáreos derivados del agua de riego?. No, no se despegan con facilidad.  ¿Se mueren?. No. ¿Crecen y florecen?. Sí. Y así se quedó la cosa.

                   

Las plantas crecieron y la parte nueva parecía que estaba sana pero después de otro invierno, me encontré otra vez en la misma situación desconcertante, esta vez con el agravante de que, además, presentaban los mismos síntomas una Rebutia (esta sí que estaba bien identificada) y un Gymno. Casualidades mediadas por la Divina Providencia, hace poco me trajeron un librito de bolsillo titulado "Cactus Basics", escrito por Tony & Suzanne Mace y publicado por Hamlyn. El aspecto del libro es el típico de los que se venden para principiantes en la sección de hobbies de las papelerías pero por dentro es una pequeña joya. Entre las perlas que contiene está el capítulo de plagas y enfermedades. Es de los pocos sitios en los que he encontrado una descripción de la plaga por ácaros en cactus y suculentas. Voy a poner una traducción resumida y medianamente libre:

"Plantas sensibles a la plaga:
Sólo una minoría de cactus y suculentas son sensibles y las especies de ácaros que afectan a cada uno no son necesariamente la misma. 
Entre los cactus, los más frecuentemente afectados son Rebutias, Lobivias, y Coryphantas, aunque ocasionalmente también puede afectar a Melocactus, Sulcorebutias, algunas Mammmillarias y algunos de los globulares mexicanos pequeños.
De entre las suculentas, son sensibles algunas Mesembrianthemaceae como las Faucarias y la parte aérea anual de algunas caudiciformes, también puede verse afectada.

Prevención y control:
La plaga se ve favorecida por el calor, la falta de humedad y la falta de ventilación adecuada. El aumento de humedad ambiental "per se" no previene la recurrencia de la plaga pero, en combinación con una buena ventilación, hace que el problema sea poco frecuente. El uso persistente de un plaguicida apropiado puede acabar con la plaga" (con esta última frase sí que no estoy en absoluto de acuerdo).

Conclusión y moraleja: 


Va a tocar fumigar con un acaricida sí o sí. Esta vez me he decidido por uno a base de azufre autorizado para uso doméstico. Viene en sobres con polvo para resuspender en 5 litros de agua. Evidentemente eso es una barbaridad, así que lo que voy a hacer es recurrir a un pequeño truco de laboratorio: Prepararé una suspensión concentrada 100x (el contenido de un sobre en 50 mL de agua); a la hora de preparar 1 litro de la suspensión que usaré para fumigar tomaré 10 mL de la suspensión concentrada y la diluiré en 1 L de agua para dejarla a la concentración recomendada de 3 gr/L. Como siempre, a la hora de manipular fitosanitarios, hay que leerse cuidadosamente las instrucciones de uso, recordar que conviene utilizar guantes, en este caso una mascarilla porque es irritante para la mucosa respiratoria, gafas (también irrita la conjuntiva ocular; como siempre las llevo calzadas, no hay problema), trabajar en un sitio bien ventilado, lavarse cuidadosamente las manos después de manipular el producto y guardar tanto el producto como los utensilios que hemos usado para prepararlo y aplicarlo en un sitio seguro y no accesible ni a niños ni a personas que no estén familiarizados con el tema, todo correctamente etiquetado (nombre del producto o principio activo, fecha de apertura y caducidad, tipo de toxicidad, uso indicado, concentración y dosis) y, a ser posible, junto con el inserto del producto original por si las moscas. La solución concentrada 100x del producto que he adquirido tiene aspecto de leche con Cola-Cao, así que es absolutamente imperativo almacenarla en un recipiente totalmente hermético y perfectamente identificado fuera del alcance de to quisqui.

El tema de pulverizar frecuentemente con agua va a haber que tomárselo en serio y, en invierno, separaré las afectadas y les haré un tratamiento con aceite mineral. En su momento busqué información sobre el posible efecto beneficioso o nocivo del aceite mineral en suculentas y, la verdad, no encontré nada así que me lié la manta a la cabeza y un año lo probé con algunas por aquello de que "de perdidos, al río". Como no se dañaron (me daba miedo que se quemaran) este año me tiraré a la piscina y lo aplicaré a los cactus.






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